Los comunicadores del FONAG presenciamos el trabajo de guardapáramos durante un incendio en las faldas del volcán Sincholagua, zona cercana al Área de Conservación Hídrica Alto-Pita.
La mañana del 10 de julio de 2024, nos desplazábamos al Área de Conservación Hídrica del Alto Pita -páramo del volcán Cotopaxi-. Recibimos una llamada. Había un incendio. Quien guiaba la visita se comunicó con los guardapáramos más cercanos, quienes empezaron a organizarse sabiendo que llegar al sitio tomaría tiempo, pues todos se distribuyen en áreas de vigilancia específicas -muy distantas en algunos casos.
Detectar un incendio de manera temprana es una de sus cualidades. Desde ese momento analizan las condiciones para lograr su sofocamiento. Mientras salíamos del Alto – Pita, los guardapáramos se desplazaban en sus motocicletas al punto de encuentro: el ingreso al volcán (inactivo) Sincholagua.
Vestidos de amarillo, aquella suerte de armadura que les protege del fuego, 15 guardapáramos portaban batefuegos, una herramienta con cabo de dos metros de largo, que termina en una hoja de caucho. Preparaban equipos compresores de aire, bebidas hidratantes y galletas dulces que les ayudarían a resistir el trabajo por encima de los 3800 msnm y las altas temperaturas de la línea de fuego a la que se enfrentarían.
Los tres periodistas los acompañábamos y apoyábamos con la carga. Quien coordinaba el operativo, conducía un vehículo con destino a las faldas del Sincholagua, guiado por algunos guardapáramos que conducían motocicletas. Eran las 14:00. Cruzamos un río, intentábamos internarnos en la montaña sin carretera de orden alguno. El suelo era agreste, poblado de pinos.
Encontramos el camino. Nadie perdía el ánimo aún cuando había pasado una hora en su búsqueda. Luego de un turbulento viaje vimos la extensa línea de fuego. Detrás de ella, colinas grises humeantes serpenteaban un cielo rojizo. Respirar se tornó difícil.
Bajamos de los vehículos cubiertos de ceniza. El incendio se había propagado rápidamente. Los guardapáramos tomaron sus herramientas y en minutos estaban dando golpes a las llamas, mientras nosotros, los periodistas apuramos el paso para alcanzarlos, sin éxito.
Caminábamos sobre las cenizas de lo que fuere un pajonal verde-crema, saludable, vivo. El contacto de las botas de páramo con el suelo hacía que, de un toque, desaparezca la cobertura vegetal grisácea. Ahora era solo ceniza.
En una hora estábamos agotados, cubiertos de cenizas. Tomábamos fotos, grabábamos videos, sin dejar de asombrarnos por el contraste del páramo herido rodeado de la majestuosidad de los Andes. En un abrir y cerrar de ojos empezó a anochecer, en nuestras labores perdimos de vista a nuestros compañeros, quienes perseguían al fuego para detenerlo.
Los periodistas empezamos a tiritar, incluso con nuestras tres capas de ropa para enfrentar el frío. Durante horas, los “guardas” apagaban las llamas, en segundos humeaba y se volvía a encender. Sus ojos rojo sangre, sus rostros embadurnados de ceniza, sus guantes negros. Tenían sed y hambre. Se detuvieron a contarnos la travesía. Estaban exhaustos. Su ánimo, intacto.
Se acercaba la noche. Decidimos ir a buscar a nuestro guía. Bajando la colina escuché su voz. “El plan es que salgan ustedes de aquí, nosotros nos quedamos. Los llevaré a un lugar seguro donde les recogerá “Don Vini”, me dijo preocupado pero seguro de hacer lo correcto.
Nos subimos a la camioneta y empezamos a alejarnos del sitio. A lo lejos vimos la línea de fuego, parecía encenderse con fuerza. Recordamos nuestra llegada, temíamos por perdernos otra vez. Pero enseguida salimos. Llegamos a una casa donde nos abrieron las puertas sin pensarlo. Eran habitantes de la zona. Nos brindaron una infusión caliente, pan y wifi. ¡La gloria!
En una hora llegó un equipo desde Quito, llevaba la cena para nuestros compañeros y nos llevaron a casa, eran las 22:00.
Al día siguiente, ya en nuestras oficinas, nos encontramos con nuestro guía. Las llamas habían cesado, nos dijo muy contento. Pero, 258 hectáreas se quemaron ese día.
El incendio fue provocado. Recuperar las hectáreas quemadas tomaría años. Era alentador saber que nuestros compañeros cumplieron su labor sin lesiones. Una vez más, el FONAG reafirmaba su misión aún fuera de sus áreas de intervención, pero a favor de la conservación de los ecosistemas fuentes de agua.